Mi primera referencia de querer ser diseñador fue en el Instituto con apenas 15 años. Yo, como cualquier chaval a esa edad, no tenía ni idea de lo que quería estudiar, con el agravante de que a mí lo que se dice estudiar, estudiar… como hacíamos en el instituto, no me gustaba nada de nada.
Un día la profesora de diseño, África Malo de Molina, comenzó la clase diciendo lo siguiente:
«¡Vosotros!…
los diseñadores del futuro …»
De aquel momento solo recuerdo esa frase y el sobresalto de mi corazón.
Un sobresalto, que observado a través del tiempo, se ha repetido multitud de veces y que ha formado parte de mí cada día de mi vida.
Desde ese momento, y sin yo saberlo, comencé a cultivar el buen diseño, la belleza, la función, la armonía, la usabilidad, la proporción, la textura, la forma…, todos estos y muchos más han sido elementos conscientes y constantes en mi vida.
Cuando tuve que elegir carrera, perseguí mi intuición y cursé Arquitectura de Interiores en la Universidad Politécnica de Madrid. Todo lo mal estudiante que fui en el “insti”, lo fui de brillante en la “uni”.
Te doy un dato: entré sin saber dibujar la o con un canuto y finalicé la carrera dibujando y pintando casi en cualquier técnica, obteniendo uno de los dos premios extraordinarios que entregaban a los proyectos finales.
Estudiar diseño cambió mi forma de percibir el mundo.
De todas las enseñanzas, la más importante fue que en un buen proyecto todos los puntos están conectados y que si cambia uno, puede afectar y cambiar el sentido de lo que pretendes.
Cuando finalicé la carrera, pedí una cita al director de la escuela, Luis Maldonado Ramos, y le dije que tenía un problema que yo podía resolver.
En la carrera las asignaturas no se relacionaban entre sí, los programas eran redundantes y la asignatura de PROYECTOS parecía una asignatura más, cuando, realmente, es la clave que lo ordena todo.
Aquello que para mí era obvio, a él le pareció suficiente como para hacerme becario de la asignatura de PROYECTOS en segundo de carrera. Acompañé como adjunto durante años a arquitectos como Justo Isasi, Alberto Pieltain o Chema Lapuerta, y finalmente, como titular de la asignatura.
Estuve de profesor de proyectos durante 10 años, desde los 23 a los 33. Viví un tiempo de aprendizaje brutal donde tenía que adquirir conocimiento a alta velocidad, asimilar para enseñar de forma casi inmediata.
Aprender y enseñar lo aprendido apareció en mí como un don, como una suerte, como un regalo. Entendí muy pronto que quien enseña aprende dos veces.